Archivo por meses: mayo 2019

Mi amiga Lola

Categoría: Coaching

Esta es Lola, mi mejor amiga. Falleció hace unos años, con 97. Y durante más de dos décadas, la anciana de Sevilla y el muchacho de Rota vivieron una amistad extraña para muchos, para todos.

Nos conocíamos de toda la vida. A mi mujer le llegó a decir que me recordaba como un niño solitario (jugaba solo en la placita con la pelota). Aún recuerdo la regañina que me cayó por saltar a su terraza para recoger una pelota que ‘embarcamos’. Estaba con Emilio, su marido. Siempre iba de la mano con él a cualquier sitio. Los sigo viendo así, ya viejecitos, yendo a Virgen del Mar a comprar al Miguel y María, paseando y felices. Y fue entonces cuando se encendió una ilusión en mi corazón: que quisiera tanto a mi compañera en la vida como ellos dos se amaban.

Un día, Emilio desapareció de la noche a la mañana, pero ella seguía viniendo. Un maldito cáncer truncó esa ilusión de los dos jubilados, y fue años después cuando Javi Faya entró en escena.

«Buenas noches, no se preocupe, soy de aquí, de San Alberto, y vengo de correr». Con estas palabras tranquilizadoras cuando faltaban diez metros para cruzarnos inicié una amistad que llegó hasta el fin de sus días. Era de noche cerrada de septiembre, la urbanización estaba vacía, desangelada y sin iluminación, y yo regresaba de mis dominios, la playa, envuelto en sudor, arena y salitre, y siempre descalzo. Era un espíritu libre. Como ella. Por eso conectamos tan rápido.

Quedamos enseguida, en su porche. Y ahí me pasé tardes enteras durante los veranos y fiestas de guardar (si tenía gente en casa, me avisaba cuando se iban). Y en invierno, siempre que bajaba del norte, me pasaba por su casa. Porque éramos vecinos en la capital andaluza y en ese pueblecito de pescadores que nos conquistó desde que lo descubrimos y en el que queríamos pasar nuestros últimos días.

A la gente le extrañaba esa amistad tan atípica, sobre todo a sus hijos y a mi madre, que se volvió un poco celosa, como Lola advirtió muy pronto.

Siempre me ofrecía cerveza, zumo, Coca-Cola… Y siempre decía que no, que agua fría. Eso sí, jamás le hice ascos a las frutas de Aragón y ciertos mazapanes de esa tierra.

Más de uno pensaba que no era amistad lo nuestro, que simplemente se trataba de un chico que le contaba sus penas y pedía consejo a una anciana. Nada más lejos de la realidad.

Había, como dicen los modernos, los trabajadores esclavos de Shakespeare y los pedantes, un ‘feedback’. Hablábamos de todo: religión, la Guerra Civil (maravillosa la historia con su marido), poesía, sueños, amor, desamor, vida, muerte… Hasta sexo. No había tabúes ni líneas rojas. Y con las confidencias igual. Ella se llevó a la tumba secretos inconfesables míos y los de ella los tengo en el bolsillo de una camisa que me regaló, la del mendigo feliz.

Ese cuento me marcó y me hizo ser aún más desprendido con el dinero de lo que ya era.

Si sigo en la lucha, si tengo mis ideales intactos y mi fe a prueba de bombas es, en gran parte, gracias a ella.

Lola apostó por mí en mi sueño de ser periodista (año y medio antes de mi día de gloria con Idigoras y cía estaba acabado sin empezar) y lo logré. Lo logramos.

También hablamos los dos poetas de ese sueño que resurgió con enorme fuerza hace ya ocho meses. No buscar fortuna ni gloria sino un mundo mejor, más feliz, más justo, más cristiano si es que existe Cristo (y sino, pues da igual, ¿no?). Ella me animaba con ese noble anhelo y me decía que sí, que tenía madera de líder, que estaba convencida de que podría mejorar las cosas allá donde fuera.

Honestamente pensaba que esa anciana de risa fácil a la que casi cada día le cogía un carrillo en el hasta luego en señal de inmenso amor (su mirada era tan intensa y dichosa que los ojitos se volvían chinos) me decía lo que quería oír.

El tiempo pasó y mi amiga Lola también se fue yendo. Pero no de mí. Recuerdo entrar en su casa, verla bien acompañada y con la mirada perdida. Apenas reconocía a los suyos, estaba en su mundo, no salía de él… Hasta que llegaba Javi Faya y le cambiaba la cara en el rescate. «Hola, Lola!!! Soy Javi Faya!!!», le medio gritaba al oído con voz cantarina y ella con una sonrisa enorme, volvía y casi retomábamos la última conversación. Era un pequeño milagro que se repitió durante unos años. Hasta que se olvidó también de mí.

La última vez que la vi estaba muy resfriada y yo agarraba con fuerza las manos convertidas en ramas de un árbol de invierno. Le quité los mocos y salí muy triste, aunque con la ilusión de que muy pronto vería a su marido, su mayor deseo en vida.

Ahora, en el otoño de mi vida, no busco respuestas porque ya las tengo, no busco el camino porque ya lo marqué, no busco refugio porque ya vivo en él, no busco señor porque ya le sirvo. Solo busco una oportunidad para cumplir mi misión, para darle sentido a mi vida y pelear por el sueño que en voz alta compartimos Lola y yo. Y si no llega? Pues como dice mi madre con mucha gracia desde su silla de la reina… «Qué le vamos a hacer!»


Mi escalada al Everest

Categoría: Coaching

Quedan días, semanas, quizás un par de meses, para saber si la loca aventura que comenzó a mediados de septiembre, con la carta de un niño a una señora, acaba bien.

He recorrido miles de kilómetros (Sevilla, Santander, Madrid, Pamplona, Rota), he gastado energía y, sobre todo, salud, y he visto desestabilizado mi hogar por la firme y posiblemente estúpida decisión que tomé: pelear por un sueño que me exige abandonar mi área de confort, complicarme la vida, meterme en un mundo repleto de pirañas y hienas, y en el que, simplemente por acercarme, me llevé varias cornadas.

Mi maltrecho corazón me dice una cosa y la cabeza otra, aunque existan motivos para ser optimista, y no solo por las malditas señales de mi amigo Paulo Coelho.

Sé que mi siguiente reflexión es un modo de prepararme para lo inevitable, lo lógico, pero lo cierto y verdad es que si en esta expedición al Everest, para la que llevo preparándome toda la vida, fracaso y vuelvo al campamento base de Burgos (tengo un trabajo, soy un privilegiado), no olvidaré que empecé a pelear sin oxígeno, sin patrocinadores y sin medios.

Por eso doy las gracias a la gente que creyó y cree en mí, a mis amigos y familia: mi coach, Eva Jiménez; al creador de mi blog, www.javifaya.com, Pedro Gómez; a la montadora de mi vídeo promocional, Isabel Martínez Novoa; al montador de ‘La canción del perdedor’, Jose Javier Zarate, mis asesores, Alfredo Urdaci, Jose Miguel Sanchez, Vanessa, Antonio Luis, María del Mar, Laura, Quico Pérez Latre, Alex Navas, Pilar, Quique Gutiérrez, Enrique Hurtado, Alfonso, Excel, Charo Villa, Rodri Pérez, Nuño Rodríguez, Mónica Llorca, Sandro, Ángel Lafuente, Edu… Y mi mujer, Silvia. Gracias.


Institucionalizado

Categoría: Cine

Ayer se prejubiló un compañero. Llevaba más de 45 años trabajando en la empresa en la que llevo prestando mis servicios desde hace 18 marzos. Y no he podido evitar acordarme de esta escena de una de mis películas preferidas, ‘Cadena perpetua’.

No me canso de luchar, no me canso de perder, no me canso de vivir.


La lejía El lobo

Categoría: Nacionalismo

Así limpiaron el pueblo de Ternera los chavales al irse los provocadores de Ciudadanos.

Ya no queman, como sus padres, cajeros ni contenedores, tampoco hacen pintadas con dianas o frases jaleando a sus amigos y familiares asesinos, sembrando el miedo entre la gente de bien. Ahora limpian la calle. Servicios a la comunidad. Claro que sí!!!! Aún recuerdo mis tiempos de becario en El Mundo en Bilbao. Y de estudiante de Periodismo en Pamplona. Monté una revista, Pues Sí. Duró toda la carrera. Hicimos un especial de la mal llamada tregua de ETA y me planté dos veces en la sede de HB, frente al ayuntamiento. Quería dar voz a todos.

Y aún recuerdo la amenaza velada que recibí en un bar de uno de ellos: «Si sospecháramos que eres un espía (acentazo andalú y pinta de ertzaina si no hablaba y de madero si lo hacía, como decían los cabrones de mis compis en El Mundo, como Mitxi), ellos actuarían». Se tranquilizó cuando un secreta se me quedó mirando. Y ahí sí pasé miedo.

Todas estas historias algún día se perderán como lágrimas en la lluvia, como dice Roy Batty en ‘Blade runner’ (citado que no plagiado por Marcos de Quinto en su libro ‘Notas desde la trinchera’), pero hoy no.


Notas desde nuestras trincheras

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Categoría: Coaching

Adictivo como la Coca-Cola. Así es el último libro del diputado de Ciudadanos Marcos de Quinto, ‘Notas desde la trinchera’.
Cada vez que paso un capítulo, me acuerdo mucho de mi padre (se descojonaba en el buen sentido el exvicepresidente mundial de Coca-Cola y ahora vendedor del Aquarius del Congreso cuando se lo confesé antes de empezar la entrevista la semana pasada). Un hombre que, como él, trabajó para los yanquis, y, como él, cumplió el sueño americano.

Eso sí, Antonio Faya Ramos no empezó de 0 sino de -4. Era de origen muy, muy humilde. Su familia tuvo que dejar un pueblecito de Jaén que todos o casi todos los inviernos se queda incomunicado y se marcharon a Puerto Sagunto, a los altos hornos (por cierto, mi abuelo Domingo fue de los primeros en sacarse el carné del PCE). Allí pasaron penurias inconfesables y hasta casi murió de una neumonía (tenía ya la mortaja lista). Estaba haciendo la mili y surgió la oportunidad de ir a Rota, estaban construyendo una base militar los americanos… O a la guerra de Sidi Ifni (algunos compañeros murieron allí). Dio un paso adelante cuando pidieron voluntarios (no sabía inglés) y al acabar la mili, se arrancó las bandas rojas del uniforme de Marina para tener unos pantalones decentes para trabajar. Se hartó de ver películas en la base, hizo amigos americanos con los que practicaba el idioma, montó una red colaborativa en el curro… Y llegó a ser uno de los jefazos de RRHH, recibió la Cruz al Mérito Naval y se emocionó cuando le sustituyó un abogado.

Ahora que veo cómo se consume rápidamente cuidando de mi madre enferma, es cuando más me emociono con las notas de una trinchera del antiguo fat cat de la compañía de la chispa de la vida.
Hay una cosa del libro de Marcos que me gusta por encima de su agilidad, amenidad, anécdotas, chascarrillos, citas de cine y libros, buenos consejos, cercanía, empatía, espíritu docente, etc. Y es que lo firma un poeta.

De poeta a poeta y de pirata a pirata GRACIAS. Tú te hiciste unos cuantos rallies por el desierto, yo uno larguísimo, de más de 12 años, que me está curtiendo y que aún no ha acabado.


Germán Yanke: amigo, maestro y jefe

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Categoría: Periodismo

Hace dos años se fue sin hacer ruido -como a él le hubiera gustado- Germán Yanke, periodista, escritor, columnista, poeta, tertuliano, exsubdirector de El Mundo del País Vasco -donde fue mi jefe en el triste verano del 97-, exdirector de Época, exdirector del informativo ‘Diario de la noche’ de Telemadrid… y, por encima de todo, mi amigo.

Germán Yanke y Javi Faya
Javi Faya y Germán Yanke, en 1997.

Estoy seguro de que allá donde esté no le hará ni puñetera gracia que le dedique estas líneas y menos que aplauda algunos de sus logros, principalmente el de haber plantado cara a la expresidenta de la Comunidad de Madrid y condesa consorte de Bornos y de Murillo… y de la charca de ranas. Ella es Grande de España, pero Germán fue Grande del Periodismo, porque hay que tener ‘un par’ para hacer preguntas impertinentes y replicar a la persona que te está dando de comer en el medio público en el que trabajas, sobre todo, teniendo en cuenta la legión de lameculos, comefelpudos y periodistas mercenarios que, tristemente, pululan por este mundillo de la Comunicación.

Cierto es que a él le puso en Telemadrid mi paisano Javier Arenas, pero no es menos cierto que una vez que al pez lo echaron al estanque, éste nadó libre y feliz a corriente y a contracorriente que, en el fondo, es lo que cuenta y lo que los ciudadanos valoran… y los políticos de raza -que los hay, como los periodistas-, que son los que no temen a las críticas porque tienen recursos más que de sobra para defenderse, los que no saben lo que es descolgar un teléfono y llamar al director de un medio de comunicación, ni elaborar listas negras… y tantas cosas.

He hablado con unos cuantos maestros del Periodismo y todos me dicen lo mismo: que era una buena persona y que no se callaba nada. Por eso precisamente fue vetado en no pocos lugares por más de una hiena de la profesión que ahora se da golpes en el pecho loando su figura con un DEP y que presume de haber sido demócrata toda su mezquina vida en este oficio tan ingrato y, a la vez, tan maravilloso gracias a gente como Germán.