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No es no

Categoría: Coaching

No dejes de soñar, y menos si estás despierto. O despierta.

No te escondas porque te encontraré, aunque seas tan pequeña como una palomita de maíz de esas que están tiradas por alguna sala de cine.

No permitas que te engañen, que la vida no es un protocolo ni tiene horario de oficina, ni es de lunes a viernes ni de sábado a domingo. Ni de 8 a 2 ni de 10 a 6.

No conviertas tu existencia en algo insípido, olvidable, del montón, mediocre, de color gris grisáceo o blanco inmaculado. Pelea por que sea algo extraordinario.

No vivas la vida si no es intensamente. Un día puede que sea demasiado tarde.

No tengas miedo de enamorarte, de entregarte, aunque te caigas. Tu padre te enseñó a montar en bicicleta. El mío también y me puso dos ruedas supletorias.

No hagas que el orgullo te domine. Es el mayor accionista de la soledad.

No uses coraza, no podrás respirar.

No te martirices con los principios si no haces daño a nadie.

No me olvides, amor.

Dicen que para un poeta el amor es una bendición, y el desamor… Una lotería.

Me pregunto qué habrá sido de una chica que conocí hace muchos, muchos años. Era una poetisa atrapada en una coraza que la protegía del dolor pero apenas le dejaba respirar y oler lo maravillosa que puede llegar a ser la vida cuando la miras con ojos muy abiertos, como de bebé chino y cuando la saboreas, la paladeas. Y luego la apuras.

Dos tardes y una mañana se guió por su corazón aquella chica y se dejó en su casa el protocolo, la cabeza, la superficialidad, los convencionalismos, los prejuicios, lo institucional, los corsés, las reglas, la lógica y lo políticamente correcto, así como sus principios. Y puedo asegurar que esa mujer fue feliz.

Me pregunto qué habrá sido de esa chica.


Poeta, loco y puro corazón

Categoría: Coaching

Hace muchos, muchos años, un antiguo amor, uno de esos imposibles, de un flechazo y tres tardes, pero que te marcan para toda la vida, me describió con cuatro palabras: poeta, loco y puro corazón.

Y así es porque este poeta loco (como todos) y puro corazón (como todos) ha sido así toda la vida y no entiende otra forma de luchar y caminar. Y todos mis triunfos y fracasos (laborales, sentimentales…) los he cosechado así.

Ahora estoy escalando el Everest, o eso me dice mi locura, porque lo mismo ando por el Teide y ni me he enterado.


Buena vida, buena muerte

Categoría: Coaching

Dicen que cuando estás a punto de morir, tu vida pasa corriendo ante tus ojos en un segundo. Yo, hace un par de domingos, tardé media hora por una falsa alarma de infarto: dolor en el brazo izquierdo, tensión mínima de 10 los días anteriores, hipertenso, gordo, sedentario, ‘herencia’ genética…

No tuve prisa en llegar a Urgencias. La (falsa) creencia de que nunca me va a pasar nada y el (cierto) sentimiento de que los deberes están hechos y la maleta lista.

Fue media hora (hasta que me pusieron los electrodos) de recuerdos y también de despedidas. Y siempre con una sensación de paz infinita.

Es una suerte tener buena memoria si es que rememoras cosas buenas cuando llega la tormenta y el barco naufraga. Son salvavidas a los que te sujetas. En esta ocasión me aferré a lo positivo, no me quedaba otra.

Obviamente, pensé primero en mi gente. En unos padres sacrificados por sus hijos que son un ejemplo a seguir, y más en el ocaso de sus vidas; unos hermanos maravillosos (María del Mar mi segunda madre y Antonio mi mejor amigo de la infancia y espero que de la vejez), unos amigos de verdad (como el gran webmaster Pedro Gómez, que me ha dado la vida con este blog o mi coach Eva Jiménez), y, por supuesto, Silvia, mi mujer. ¡Qué suerte he tenido de encontrarla!

Pensé en el Periodismo, el gran amor de mi vida, que nació cuando monté con 10 años el periódico ‘La Voz de San Alberto’ a raíz de la aparición de un tiburón (marrajo) muerto en la playa la víspera de Reyes.

También en la inmensa suerte que tuve en una carrera que se inició hace 23 años, aunque me siente periodista tres veces al mes desde hace mucho tiempo.

He hecho tele, radio (mi medio favorito), revista y prensa, el único soporte en el que sigo y seguiré hasta que se muera el papel.

Fui portada con una exclusiva a nivel nacional en mi querido ‘El Mundo’, jugándome el tipo y siendo el único periodista que estuvo en Ermua las dos noches íntegras del ultimátum del secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco.

Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: y no, no eran los ataques a naves en llamas más allá de Orión ni Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser. Y todos esos momentos no se perderán como lágrimas en la lluvia.

He tratado con príncipes y mendigos, con un rey que quiso dejar de serlo y con una mujer que pudo ser reina de La Moncloa, con un director con Oscar, con un actor con Cannes y varios con Goyas, con un millonario idealista, con ‘sin techos’ y ‘sin almas’, con asesinos y amigos de estos, con prostitutas en cuyas miradas vi los ojos de Cristo, con humoristas con gracia y sin gracia, con escritores best sellers, con villanos como la jefa de los lagartos de la serie V y algún exalcalde, con corderos que se alzaron contra los lobos en Bilbao, con héroes y heroínas… Y una precisamente es la que me ha roto los esquemas, el guión de mi vida: Inés Arrimadas.

Después de la tercera entrevista con ella (ya llevo cinco), la primera por teléfono, estuvimos cinco minutos de charla. Me pareció tan sencilla, tan cercana que cuando me llamó «tío» fue como la caída del caballo de San Pablo.

Igual exagero un pelín como buen gaditano (nacimos en Jerez, por cierto), pero la verdad es que me impresionó que una niña, una chavala (utilizando su fresco diccionario) con su vida laboral más que resuelta como prometedora consultora, se metiera en un berenjenal lejos de su tierra y se complicara la vida de tal manera que muchos cobardes se la quisieran hacer imposible.

Y todo por unos ideales, los mismos que vi en Iñaki Ortega y más chicos del PP en el ayuntamiento de Ermua horas antes de que ejecutaran al hijo de Miguel el albañil.

Yo esa llamada, ese vuelco en mi corazón, la sentí con 20 años a raíz de otro crimen, el de Gregorio Ordóñez. Me afilié al PP y duré menos de un mes. «Carrera meteórica», me dijo el número uno por aquel entonces en Sevilla, Jaime Bretón, cuando me presenté con una recomendación y hablamos media hora en el despacho. Y tan meteórica…

Y ahora, sueño despierto, pero los sueños sueños son.

No creo en los partidos, ni viejos ni nuevos, desconfío de ellos. Creo en las personas. Y creo en la Arrimadas.

De todos modos, si vuelvo al campo base (es lo que tiene intentar subir al Everest sin oxígeno, sin medios y sin patrocinadores), tengo mi plan B porque toca resetearse, como pregona mi amigo y prestigioso psicólogo deportivo y uno de los 100 Top Speakers de España, José Miguel Sánchez. ¿Cómo? Buscando otro trabajo o haciendo más agradable el actual, en el que llevo 18 años y no quiero ‘institucionalizarme‘.

De hecho, el otro dia estaba contentísimo porque he empezado a gestionar con mi buen amigo Ramón, portavoz del SUP, un reportaje sobre el CIE de Aluche, donde una juez ha apreciado indicios de tortura. Y estoy finiquitando la entrevista a Marcos de Quinto, esperando la llamada de Alfonso Guerra (ojalá pueda verle en Sevilla, es uno de mis ídolos de infancia) y sigo haciendo de martillo pilón de los de prensa del PP, que me torean para que Cayetana Álvarez de Toledo no caiga en mis garras ni Juanma ‘presidente por accidente’ Moreno Bonilla.

Lo importante es ser feliz con lo que haces. Por eso recomiendo que te veas estas píldoras del psiquiatra Enrique Rojas, al que tuve el placer de entrevistar.

Un antiguo amor me dijo en cierta ocasión que era poeta, loco y puro corazón. Así seré hasta el último día de mi existencia, aunque el último explote al ver tanta belleza. Solo siento gratitud y más ganas de luchar, perder… Y vivir.

PD

Por cierto, llevo viviendo de prestado casi 29 años. Estuve a punto de irme al otro barrio una noche y a la mañana siguiente arrolló un autobús a un compi del colegio justo cuando entraba. Un pequeño milagro. Otro más. Y así veo la vida desde entonces, como un regalo; y así quiero mi epitafio: Pasó haciendo el Bien.


Mi amiga Lola

Categoría: Coaching

Esta es Lola, mi mejor amiga. Falleció hace unos años, con 97. Y durante más de dos décadas, la anciana de Sevilla y el muchacho de Rota vivieron una amistad extraña para muchos, para todos.

Nos conocíamos de toda la vida. A mi mujer le llegó a decir que me recordaba como un niño solitario (jugaba solo en la placita con la pelota). Aún recuerdo la regañina que me cayó por saltar a su terraza para recoger una pelota que ‘embarcamos’. Estaba con Emilio, su marido. Siempre iba de la mano con él a cualquier sitio. Los sigo viendo así, ya viejecitos, yendo a Virgen del Mar a comprar al Miguel y María, paseando y felices. Y fue entonces cuando se encendió una ilusión en mi corazón: que quisiera tanto a mi compañera en la vida como ellos dos se amaban.

Un día, Emilio desapareció de la noche a la mañana, pero ella seguía viniendo. Un maldito cáncer truncó esa ilusión de los dos jubilados, y fue años después cuando Javi Faya entró en escena.

«Buenas noches, no se preocupe, soy de aquí, de San Alberto, y vengo de correr». Con estas palabras tranquilizadoras cuando faltaban diez metros para cruzarnos inicié una amistad que llegó hasta el fin de sus días. Era de noche cerrada de septiembre, la urbanización estaba vacía, desangelada y sin iluminación, y yo regresaba de mis dominios, la playa, envuelto en sudor, arena y salitre, y siempre descalzo. Era un espíritu libre. Como ella. Por eso conectamos tan rápido.

Quedamos enseguida, en su porche. Y ahí me pasé tardes enteras durante los veranos y fiestas de guardar (si tenía gente en casa, me avisaba cuando se iban). Y en invierno, siempre que bajaba del norte, me pasaba por su casa. Porque éramos vecinos en la capital andaluza y en ese pueblecito de pescadores que nos conquistó desde que lo descubrimos y en el que queríamos pasar nuestros últimos días.

A la gente le extrañaba esa amistad tan atípica, sobre todo a sus hijos y a mi madre, que se volvió un poco celosa, como Lola advirtió muy pronto.

Siempre me ofrecía cerveza, zumo, Coca-Cola… Y siempre decía que no, que agua fría. Eso sí, jamás le hice ascos a las frutas de Aragón y ciertos mazapanes de esa tierra.

Más de uno pensaba que no era amistad lo nuestro, que simplemente se trataba de un chico que le contaba sus penas y pedía consejo a una anciana. Nada más lejos de la realidad.

Había, como dicen los modernos, los trabajadores esclavos de Shakespeare y los pedantes, un ‘feedback’. Hablábamos de todo: religión, la Guerra Civil (maravillosa la historia con su marido), poesía, sueños, amor, desamor, vida, muerte… Hasta sexo. No había tabúes ni líneas rojas. Y con las confidencias igual. Ella se llevó a la tumba secretos inconfesables míos y los de ella los tengo en el bolsillo de una camisa que me regaló, la del mendigo feliz.

Ese cuento me marcó y me hizo ser aún más desprendido con el dinero de lo que ya era.

Si sigo en la lucha, si tengo mis ideales intactos y mi fe a prueba de bombas es, en gran parte, gracias a ella.

Lola apostó por mí en mi sueño de ser periodista (año y medio antes de mi día de gloria con Idigoras y cía estaba acabado sin empezar) y lo logré. Lo logramos.

También hablamos los dos poetas de ese sueño que resurgió con enorme fuerza hace ya ocho meses. No buscar fortuna ni gloria sino un mundo mejor, más feliz, más justo, más cristiano si es que existe Cristo (y sino, pues da igual, ¿no?). Ella me animaba con ese noble anhelo y me decía que sí, que tenía madera de líder, que estaba convencida de que podría mejorar las cosas allá donde fuera.

Honestamente pensaba que esa anciana de risa fácil a la que casi cada día le cogía un carrillo en el hasta luego en señal de inmenso amor (su mirada era tan intensa y dichosa que los ojitos se volvían chinos) me decía lo que quería oír.

El tiempo pasó y mi amiga Lola también se fue yendo. Pero no de mí. Recuerdo entrar en su casa, verla bien acompañada y con la mirada perdida. Apenas reconocía a los suyos, estaba en su mundo, no salía de él… Hasta que llegaba Javi Faya y le cambiaba la cara en el rescate. «Hola, Lola!!! Soy Javi Faya!!!», le medio gritaba al oído con voz cantarina y ella con una sonrisa enorme, volvía y casi retomábamos la última conversación. Era un pequeño milagro que se repitió durante unos años. Hasta que se olvidó también de mí.

La última vez que la vi estaba muy resfriada y yo agarraba con fuerza las manos convertidas en ramas de un árbol de invierno. Le quité los mocos y salí muy triste, aunque con la ilusión de que muy pronto vería a su marido, su mayor deseo en vida.

Ahora, en el otoño de mi vida, no busco respuestas porque ya las tengo, no busco el camino porque ya lo marqué, no busco refugio porque ya vivo en él, no busco señor porque ya le sirvo. Solo busco una oportunidad para cumplir mi misión, para darle sentido a mi vida y pelear por el sueño que en voz alta compartimos Lola y yo. Y si no llega? Pues como dice mi madre con mucha gracia desde su silla de la reina… «Qué le vamos a hacer!»


Mi escalada al Everest

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Quedan días, semanas, quizás un par de meses, para saber si la loca aventura que comenzó a mediados de septiembre, con la carta de un niño a una señora, acaba bien.

He recorrido miles de kilómetros (Sevilla, Santander, Madrid, Pamplona, Rota), he gastado energía y, sobre todo, salud, y he visto desestabilizado mi hogar por la firme y posiblemente estúpida decisión que tomé: pelear por un sueño que me exige abandonar mi área de confort, complicarme la vida, meterme en un mundo repleto de pirañas y hienas, y en el que, simplemente por acercarme, me llevé varias cornadas.

Mi maltrecho corazón me dice una cosa y la cabeza otra, aunque existan motivos para ser optimista, y no solo por las malditas señales de mi amigo Paulo Coelho.

Sé que mi siguiente reflexión es un modo de prepararme para lo inevitable, lo lógico, pero lo cierto y verdad es que si en esta expedición al Everest, para la que llevo preparándome toda la vida, fracaso y vuelvo al campamento base de Burgos (tengo un trabajo, soy un privilegiado), no olvidaré que empecé a pelear sin oxígeno, sin patrocinadores y sin medios.

Por eso doy las gracias a la gente que creyó y cree en mí, a mis amigos y familia: mi coach, Eva Jiménez; al creador de mi blog, www.javifaya.com, Pedro Gómez; a la montadora de mi vídeo promocional, Isabel Martínez Novoa; al montador de ‘La canción del perdedor’, Jose Javier Zarate, mis asesores, Alfredo Urdaci, Jose Miguel Sanchez, Vanessa, Antonio Luis, María del Mar, Laura, Quico Pérez Latre, Alex Navas, Pilar, Quique Gutiérrez, Enrique Hurtado, Alfonso, Excel, Charo Villa, Rodri Pérez, Nuño Rodríguez, Mónica Llorca, Sandro, Ángel Lafuente, Edu… Y mi mujer, Silvia. Gracias.


Notas desde nuestras trincheras

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Adictivo como la Coca-Cola. Así es el último libro del diputado de Ciudadanos Marcos de Quinto, ‘Notas desde la trinchera’.
Cada vez que paso un capítulo, me acuerdo mucho de mi padre (se descojonaba en el buen sentido el exvicepresidente mundial de Coca-Cola y ahora vendedor del Aquarius del Congreso cuando se lo confesé antes de empezar la entrevista la semana pasada). Un hombre que, como él, trabajó para los yanquis, y, como él, cumplió el sueño americano.

Eso sí, Antonio Faya Ramos no empezó de 0 sino de -4. Era de origen muy, muy humilde. Su familia tuvo que dejar un pueblecito de Jaén que todos o casi todos los inviernos se queda incomunicado y se marcharon a Puerto Sagunto, a los altos hornos (por cierto, mi abuelo Domingo fue de los primeros en sacarse el carné del PCE). Allí pasaron penurias inconfesables y hasta casi murió de una neumonía (tenía ya la mortaja lista). Estaba haciendo la mili y surgió la oportunidad de ir a Rota, estaban construyendo una base militar los americanos… O a la guerra de Sidi Ifni (algunos compañeros murieron allí). Dio un paso adelante cuando pidieron voluntarios (no sabía inglés) y al acabar la mili, se arrancó las bandas rojas del uniforme de Marina para tener unos pantalones decentes para trabajar. Se hartó de ver películas en la base, hizo amigos americanos con los que practicaba el idioma, montó una red colaborativa en el curro… Y llegó a ser uno de los jefazos de RRHH, recibió la Cruz al Mérito Naval y se emocionó cuando le sustituyó un abogado.

Ahora que veo cómo se consume rápidamente cuidando de mi madre enferma, es cuando más me emociono con las notas de una trinchera del antiguo fat cat de la compañía de la chispa de la vida.
Hay una cosa del libro de Marcos que me gusta por encima de su agilidad, amenidad, anécdotas, chascarrillos, citas de cine y libros, buenos consejos, cercanía, empatía, espíritu docente, etc. Y es que lo firma un poeta.

De poeta a poeta y de pirata a pirata GRACIAS. Tú te hiciste unos cuantos rallies por el desierto, yo uno larguísimo, de más de 12 años, que me está curtiendo y que aún no ha acabado.