«Déjame ir con ellos»

«Déjame ir con ellos»

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Esta es la Virgen María Auxiliadora de Rota, mi pueblo.

Esta figurita sin brazo se la robé a mi hermano, que la ganó en un concurso de redacción -creo- en el colegio de los salesianos. Siempre estaba en la mesita de noche y cuando él se fue a estudiar a Sevilla me la quedé.

Un día, de críos, montamos una maya con ella. Es una costumbre muy andaluza que se hace -o hacía, me temo- en mayo, el mes de la Virgen. Son minipasos de Semana Santa, normalmente con una caja de cervezas boca abajo, flores y una imagen. «Un durito pa la maya», decíamos. Yo era el más tímido y daba la lata a una chica que vivía al lado que no sé si era virgen pero sí una santa porque se apiadaba de mí al verme tan apurado y más con mis amigos de infancia Santi y Paco chinchándome para que sacara el cepillo para unas chuches.

Fui creciendo y ahí estaba Ella, en la mesita de noche. Le pedía por mis padres, por mis hermanos y por mí. A menudo rezaba para que cierta chica (la lista era interminable) se fijara en mí, pero no me hizo caso (años más tarde sí), aunque estuvo en la noche más negra de mi vida, con 16 años. Cosas del amor de mi vida, el periodismo.

Luego llegó el Calvario de Sevilla, Derecho. No le hice mucho caso y a veces pienso que ella tampoco. Y eso que siempre me acompañaba junto a un retablo diminuto y pintarrajeado, muy antiguo, que me lo dio mi madre y yo le regalé tiempo después a una italiana con la que estuve viviendo una eternidad, tres semanas, y no se lo merecía.

Un día fui a Pamplona gracias al inmenso sacrificio de mis padres. Ella, obviamente, vino. Y la compartí con María Madre del Amor Hermoso, en la cripta de la Universidad de Navarra. La solía ver de noche, en mi época de runner.

Entre medias, Bilbao, el verano más duro, difícil, histórico y feliz de mi vida. Monté una especie de altar en el dormitorio que causó el descojone de algún compi de la redacción en una fiesta romana que hice.

Luego, Palencia, Pamplona, Burgos… Y ya se pasó a mi trabajo, frente a la pantalla del ordenador. La de veces que le pedí, aparte de por lo típico, cambiar de aires! «Dios mío, por qué me has abandonado?», le reprochaba de vez en cuando al niño.

Me acompañaba a Rota en verano… Y en invierno.

Un día, una amiga sufrió el mayor drama que puede padecer un ser humano: un hijo enfermo. A esto se sumaba que es madre soltera de dos ratoncitos.

La cosa parecía grave, muy grave. Me derrumbé al enterarme de la noticia, que me la dio ella, justo cuando estaba llegando a Sevilla tras conducir toda la noche (lo recomiendo) desde Burgos. Minutos después, a las siete de la mañana, empezaba la misa en la parroquia de San Carlos Borromeo. El cura pidió por la adolescente y yo no dejaba de rezar. Y decidí hablar con Ella.

Miré a esa figura polvorienta que durante tantos años había estado conmigo (yo tenía 44), a la que tanto recé y agradecí, y creo que fue la primera vez que me habló o eso pensé yo: «Déjame ir con ellos, me necesitan».

Y llorando me despedí de ella y llorando le imploré como el loco que soy que cuidara a esa maravillosa y pequeña familia. Y lo hizo, vaya sí lo hizo, porque el angelito sin alas y con sexo se puso bien.

No perdí la estela de María Auxiliadora. En fotos y en Rota. Y ahora, en este pequeño fin del mundo, la miro en el móvil como hará ella -espero- y pido por esa chica y sus críos, por mi familia, por mis amigos, por la gente que me quiere y por la que no, por la que un día me quiso y por la que me hace la vida más difícil cada día. Hasta por ti, que me estás leyendo.

Pertenezco a uno de los grupos de riesgo (hipertenso) y todos los días voy a mi trabajo (incluso este finde). Si llegara a enfermar, si llegara a morir… No tengo miedo porque aunque camine por cañadas oscuras, el Señor es mi pastor… Y Ella está ahí. Siempre.

Tengo las maletas hechas, el alma tranquila y el corazón contento. Nunca he sido tan feliz y nunca he sentido tanta paz.